lunes, 5 de marzo de 2012

Aspiraciones sin destino. Félix Pettorino.

Educando a Kevin Verdejo.

         – Kevin: ¡Dentra a la casa! ¡Te lo habís llevao toa la tarde jugando jurbo y nu' habís empezao ni siquiera a hacer tuh tareas!
         Micaela Verdejo, la madre, ha abierto bruscamente la puerta de calle con una escoba en la mano, justo en el instante en que Kevin acaba de hacerle un gol con un zurdazo impresionante a un vecino que estaba haciendo de “portero”.
         – ¡Ya voy, vieja, ya voy! Y por faor, mamá, no me sigái gritando, mira que al tiro no má ehtoy dentrando a la casa...
         Madre e hijo viven como los únicos moradores de una mediagua construida a raíz del terremoto de 1985 dentro de un campamento de casuchas miserables  en la población La Legua de la capital. Del papá, ¡ni noticias!: Hace una chorrera de años, cuando Kevin recién empezaba a gatear, que se las enveló del hogar con otra mujer, sin más excusa que el silencio más absoluto.
         Durante el incidente callejero de madre//hijo aparece repentinamente un hombre mal vestido y encorvado que se detiene sonriente a contemplar la escena sin dejar de espetar su talla:
         – Con too respeto, iñora, ¡eje nomáh jugar al cauro chico pa’ que ejercite lah patita, que hartaza farta le van a hacer en la vía, no sólo pa’l jurbo, sino tamién pa’arrancar ‘e loh pacomios!…
               Las palabras del chistoso impertinente no le hacen la menor gracia a la mujer.
    – ¿Y quién te ha autorizao a voh, curao ‘e mierda, a meterte en mih asunto? ¿No vis que el cauro ya está dentrando a la casa?  Pa’ otra ve sería máh mejol que cerrárái el hocico ante de venire a haular purah huevás!
     El hombre, sorprendido por una reacción que no esperaba, replica:
         – No me le enoje, mi reina. Usté no máh eh la que manda acá, así que ¡mil perdone! Y yo muero pollo –agrega el transeúnte aguantando la risa mientras hace el aspaviento de taparse la boca con las manos.
         Una vez dentro de la casa y cerrada la puerta de calle, Kevin, después de recibir en plenas posaderas el consabido escobazo materno, parte rumbo al comedor  sobre cuya mesa aletean algunas hojas entreabiertas de sus libros y cuadernos merced al viento que entra a raudales a la habitación gracias a los numerosos agujeros abiertos en las paredes. Dicen que son balazos salidos de peleas entre pandillas de narcos…
De mala gana Kevin se sienta en una sillita rústica de madera, se soba fugazmente el sitio donde aterrizó el aventón materno, coge un lápiz y, mal que le pese, se dispone a cumplir con sus cotidianas tareas escolares. Agacha la cabeza a medida que escribe y borra sobre el cuaderno con una goma manchada con tinta azul, luego vuelve a escribir y a borrar, sin dejar de repetir la operación, hasta que cogiéndose las sienes con ambas manos, se pone a llamar a gritos a su progenitora. Las voces potentes del muchacho se anuncian como verdaderos alaridos de desesperación:
         – ¡Ven, viejita, ven, que no entiendo ni jota lo que la profe quiere qui’ hagamo! ¡No sé cómo hacer esta tarea de Lenguaje. Tengo que ponerle un simónimo a asno y no sé qué diablo puee ser un “simónimo”. Y tampoco sé lo que es un asno… ¿Me poís ayuar,  por faor, mamita linda?
         Al urgente pedido de su hijo, acude Micaela Verdejo portando entre las manos aceitosas un trapo viejo y sucio pasado a humedad.
         – ¿A que viene tanta alharaca? ¡Ni que te hubiera picao una abeja africana, chiquillo copuchento…!
         El chico se excusa tapándose a medias la cabeza:
         – Pero mami, si tuavía no he aprendío el vocabulario ‘e la vieja ‘e Lenguaje y naiden mi’ ha enseñao qué concha es un asno ni meno qué chucha eh un simónimo
         – Eh que con la chiflaúra ‘el jurbo, ‘e seguro que no ponís atención a lah clase, como corresponde, mira que yo te conohco ende la cuna, ¡al revé y al derecho…!
         – Güeno, viejita… ¿me vay a ayuar o no? Mira que no te quiero traerte ‘e nueo un rojo en la libreta, como me pasó el mes pasao no máh…
– ¿Y me venís ‘e nuevo con esa lesera del asno y del simómino, con que me estái catetiando ende ayer? ¡Re nunca me ponís atención a lo que  yo te digo! Ni siquiera a tuh tareas, cauro flojo…, ¡válgame Dioh, muchacho, no sé qué voy a hacer contigo…! Güeno, ¡pacencia! L’ único que te pueo decire eh que el asno se asemeja a un burrito, aunque eh argo má canoso, puee ser por lo viejito; pero lo que eh esa huevá de simónimo, ni en pelea ‘e perroh la hey aprendío cuando era chica, ni meno agora… Pa mí que son un par de monoh, loh dó  bien requete parecío…
Ante la sorpresa de Micaela, el Kevy se levanta de un salto de la silla a la vez que bate con fuerza ambas manos, invadido por una alegría infantil incontenible.
         – ¡Te pasahte, vieja! ¡Hace tiempo que me he dao cuenta que voh eréi más capa que la profe, mamá! ¡Una caperuza ‘e lah güena, te diré que máh mejor que la matea del curso, una tal Pía Lorena! ¡Le achuntaste medio a medio! Porque si asno y burro son simónimoh, o sea bien parecíos, entonce  quiere ecir que son dó palaurah que sinifican lo mimmo … ¿Y ónde diaulo aprendihte tanta cosa? ¡Mira que pa’ mí la ehcuela eh como pa’ que uno aprienda purah hueváh, o sea, una sarta ‘e  custione y palaura rarah y que casi nadien entiende …
– Güeno, güeno, ejémono ‘e comentario  contra la ehcuela, que pa’ mí no es tan mala como voh ehtái diciendo... Vay a ver lo que te va a servire en el juturo, cuando seái un adurto… Y máh mejol que sigamo con lah tarea, mira que mañana me habís dicho que es la preba mentrual. ¿Tenís otra preúnta que hacerme? Tíramela al tirante, mira qu’ehtoy requete atrasá con el almuerzo por curpa ‘el lavao ‘e la ropa, con arguna qui’ otra  frezá metía en la colá.
         Kevin responde de inmediato, sin chistar:
– Ni una otra consurta, viejita…, por ahora.
         Y toma asiento de nuevo. Agarra el lapiz de pasta azul y se agacha a escribir hasta que sus cabellos hirsutos comienzan a acariciar el cuaderno arrastrándose por la hoja como un escobillón.

*

 *            *

         Para hacer el cuento corto, y no aburrir al lector con tantas payasás criollas, después de esta imagen un tanto curtural, u séase, folclórica, trasladémonos a la segunda etapa, esto es, a la llamada hoy la Enseñanza Media (pareciera que por vergüenza desapareció el epíteto de “humanística” con que se la conocía “cuantuá”, como dicen los huasos). Años más tarde, entre los pañales del siglo XXI, aparece, la imagen de nuestro Kevin cursando un poco más de la mitad de su ciclo de estudios en una escuelita municipalizada.
Como es de imaginar, a esas alturas se encontraba bastante atrasado en su aprendizaje. Frisaba ya los 18 años y apenas se hallaba en 3º medio. Pero había “consuelo para muchos”, ya que la mayor parte de curso tenía aproximadamente esa misma edad, en el mejor de los casos un año menos y, en el peor, casi un par de años más… Y todos, sin exceptuar uno solo, estaban ya con la “tincada” de que no les va a ir muy bien que digamos cuando llegara el momento de rendir la PSU, que hoy es “el cuco”  que amenaza con impedir el ingreso a la universidad.
         Kevin se hallaba enfrascado en la historia Universal, aunque enfocada casi por completo hacia la vieja Europa. Le costó mucho entender que en aquellos tiempos, pomposamente llamados “modernos”, especialmente en los siglos XVIII al XIX, la gente se interesara tanto en matarse en puras guerras religiosas y revoluciones fratricidas, antes que en llevar a cabo competencias deportivas nacionales e internacionales, tal cual sucede ahora, chuteando o lanzándose una pelota de un lado a otro, como en el básquetbol, el fútbol, el tenis y otros deportes tan atractivos como la natación o la boga. Hasta hubiera sido preferible, según él, que se hubieran trenzado, por último, en algo más inocuo, como son las peleas deportivas, ya sea en el boxeo, la lucha libre o los combates cuerpo a cuerpo tan gimnásticos, como los ideados y practicados por los japoneses, que ¡por suerte! han alcanzado, andando el tiempo, una difusión multitudinaria y una fama casi mundial, librando así a la humanidad de tanta matanza de gente sin asunto.
Olvidándose por completo de aprender temas que él estimaba sosos y aburridos, como la historia inútil e incomprensible de gente que ya murió hace ya varios siglos, o descifrando los verdaderos jeroglíficos de teoremas, tesis, hipótesis, construcciones de triángulos, cuadrados, logaritmos y otras “garambainas” por el estilo, prestaba muy poca atención a las lecciones de  gran parte de los profesores que solían declamar o hasta vociferar (por la sempiterna falta de atención de sus pupilos)  manifestando aseveraciones enfáticas acerca de temas demasiado vagos, discutibles o anticuados que atiborraban a él y a sus compañeros con datos aburridísimos, muchos de ellos ya superados con creces por el avance de los tiempos. Bastaba abrir la pantalla de un computador para captar en Internet, con la ayuda de un buen buscador, la visión en detalle de todo un mundo de realidades nuevas que superaban “demasiadamente mucho” a los viejos conocimientos (en buena parte ya abandonados) de siglos pretéritos, y por ende, obsoletos.
 Lo único que le interesaba a Kevin, podríamos decir que casi con pasión, era introducirse un poco en las nuevas tecnologías que brindaba la informática, manejar el arte del dibujo y del diseño en el computador y, aunque fuera un poquitín, algo más de artes manuales aplicadas a la mecánica y a la electricidad y sobre todo la gimnasia necesaria para practicar el “jurbo”, a fin de meter hartos goles que logren “hacer historia” y, si era también posible, de atajar los penales más imbarajables…
El resultado “académico” era de prever. Cuando terminó la Enseñanza Media y tuvo que rendir con varios centenares de miles de compañeros y compañeras la prueba crucial para lograr que se le abrieran las puertas de una Universidad mediante la PSU (sustituta temporal, como es presumible, del no muy lejano ensayo de la PAA), alcanzó a duras penas el escuálido puntaje de 313 puntitos, en circunstancias de que el mínimo exigía con riguroso apremio los inalcanzables 450. Y este score solamente para las carreras peor cotizadas y menos requeridas por su oscuro destino económico, como las de Pedagogía, dicen que más rendidora de piticlines pues se da la posibilidad de enseñar a los cabros la Educación Física (con la utopía de llegar a ser “entrenaol”), o bien  Enseñanza Básica, o acaso Media, según la aspiración de los postulantes menos ambiciosos y, desde luego, con puntajes nunca demasiado altos...
La única posibilidad para él era la de ingresar, con el aval del Estado, a una carrera modesta de respetable demanda en el mundo laboral, ya que su madre (viejita y achacosa como estaba) no tenía presupuesto para hacerlo ingresar a un Instituto Técnico Vespertino, que teóricamente lo habilitaría para ejercer como perito en computación o como auxiliar en la administración de justicia, que eran las carreras más “botadas”, pero también más fáciles, según sus compañeros de penurias, siempre y cuando los postulantes tuvieran un mínimo de habilidad básica, suficiente “molido” familiar y hubiera un campo laboral siquiera aceptable.
Así y todo, el pobre Kevin tuvo que trabajar, primero lavando autos y luego, ya que poseía cierta habilidad para las acrobacias, haciendo ejercicios
con tres pelotitas de colores que se arrojan y se recogen sucesivamente en el aire, en las esquinas más concurridas por los automovilistas, a fin de recibir a la pasada, de parte de los conductores, las miserables lucas absolutamente caritativas que le permitirían mantener viva a su viejita y activo a él mismo, pero con el ánimo cada vez más desalentado y el deseo loco de hacer algo mejor que le diera mayor gusto y entusiasmo para manejarse en esta vida tan mediocre que él veía cada vez con menor agrado y mayores posibilidades...
Al final de tanta búsqueda y experimento, no le quedó más remedio que aspirar a ser “bombero” en una estación de servicio a fin de limpiar superficialmente los autos que llegaban para que Kevin y sus dos o tres compañeros de labores les suministraran bencina a pedido del conductor. El trabajo, a pleno día como cualquiera otro, se hizo peligroso de noche… Así habiendo sido asaltada la estación de servicio durante uno de sus servicios nocturnos, quiso “botarse a choro” con los delincuentes enrostrándoles su actitud, a la vez que decidió agarrarlos a manguerazo limpio… El resultado fue casi mínimo para lo que le pudo haber pasado: una bala que se le incrustó superficialmente en el hombro derecho, por lo cual, después de las prolongadas curaciones de rigor, a petición de su madre, optó por cambiar de trabajo a algo un tanto más inocuo, aunque más difícil de encontrar. ¿Y de los delincuentes? ¡Aaah!  De aquello…, ¡nunca más se supo!
Pero Kevin, después de una serie de continuas negativas y desdeñosos  rechazos por parte de sus hipotéticos proveedores de trabajo, se percató de que ni su capacidad de comunicación ni su apariencia siquiera “decente” le permitían aspirar con alguna probabilidad de éxito a ejercer como portero, cuidador o conserje de un condominio o de un edificio de departamentos. Se sentía “ninguneado” por todo el mundo que lo rodeaba. Y no dejaba de recordar aquellas malas experiencias de aquel tiempo en que debía atender a los numerosos clientes en potencia que llegaban  conduciendo su automóvil hasta el autoservicio. Su aspecto de adolescente desgarbado y mal vestido era, según su propia experiencia, causa frecuente de que la gente lo mirara o lo tratara con cierto menosprecio. Más de alguna vez fue vilipendiado como  “flaite” o simplemente, como un presunto ladronzuelo vagando por las calles...
Como ya rozaba los 22 años, experimentó la viva necesidad de una mujer de buen talante que lo acompañara y que, de alguna manera, sustituyendo “con yapa” a su anciana madre, lo ayudara, aunque fuese muy parcialmente, a mejorar su destino haciéndolo salir del paso, tanto en el campo económico como en el propiamente sentimental.
A raíz de aquella ilusión, tuvo la oportunidad de conocer en sus correrías laborales a una bella muchachita de cuerpo fino y femeninamente delineado que, después de haber trabajado como reemplazante de acróbata en un circo viajero, buscaba una “pega no apatronada” para ayudar a subsistir a su madre y los dos hermanitos menores que, igual que Kevin, habían sido abandonados por el papá. Ambos muchachitos, primero “amigos con ventaja” y después “pololos emparejados” lograron formar un grupo “artístico” con un par de compañeros y, después de un breve y exitoso entrenamiento, se lanzaron a las calles de la ciudad a practicar acrobacias durante el fugaz período del encendimiento de los semáforos en rojo, a fin de recolectar el dinero voluntario de los automovilistas, 25 segundos antes de apagarse la luz de detención vehicular como justo premio a su temeraria proeza. Los dos ayudantes, que secundaban a la pareja, debían proceder al alzamiento de la niña sobre sus hombros, a la que nuestro héroe debía coger en cuanto ella hubiera dado una voltereta en el aire. Como es lógico suponerlo, tal ejercicio estaba absolutamente prohibido por las autoridades de la Ilustre Muni, pero como “la necesidad tiene cara de hereje”, ellos ejercían su oficio, algo más lucrativo que el de los demás cancheros de la calle, en forma absolutamente clandestina y “al cateo de la laucha”, por si aparecía por ahí por casualidad una “yuta” de carabineros o algún inspector municipal disfrazado de paisano.
 Y pasó lo que tenía que pasar: a raíz del potente bocinazo no del todo imprevisto de un automovilista, Kevin, encargado de recibir en sus brazos a la muchachita, se distrajo durante una fracción de segundo, de modo que inevitablemente la chica cayó de cabeza sobre el pavimento y se mató instantáneamente. Lo malo del caso es que estaba embarazada y nuestro pobre Kevin (que ha poco había cumplido la mayoría de edad)  tuvo que ser llevado a prisión, acusado por cuasidelito de homicidio.

Y, para terminar, vaya una reflexión con una pregunta no muy breve: ¿Fue la mala suerte, el destino, o es la estructura de aquella sociedad la que, desde hace un largo tiempo no dispone de los medios ni de las medidas adecuadas y suficientes para proteger, como es su deber, a aquellos estudiantes que, para su desgracia, han sido desamparados por la diosa Fortuna para labrar un porvenir más promisorio?

No hay comentarios:

Publicar un comentario